lunes, 5 de octubre de 2009

Con la luna llena de primavera se fue Mercedes con el corazón mirando al sur

Por Laura Fernández

La voz de América, la Negra querida de Argentina, la mujer que nos cantaba con su timbre potente y dulce esa canción que convertimos en himno de lucha: “solo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”, decidió que era la hora de partir con su canto a otras latitudes. Ayer se marchó dejando arrugada la madrugada primaveral de Buenos Aires.

Esa voz de Mercedes Sosa, profunda y tierna, tiene el misterio que viene de la tierra. Enérgica y sin embargo con una dulzura que llenaba por horas la memoria con su canto, torrencial e irresistible de escuchar, esa voz traía fuego en las letras. No estaba hecha para complacer a los de arriba. Ella cantaba a los campesinos, a la gente del pueblo y de todos los caseríos latinoamericanos, su canto era para los pobres que claman por un pedazo de justicia, para los oprimidos que luchan por sus ideales desde trincheras en la montaña, en la universidad, en el barrio. Y así potente como ella era, no cruzó los brazos durante las crueles dictaduras que azotaron a la Argentina en la década de los 70. Estuvo en el exilio. Pero antes, esa voz y esas letras habían atravesado los aires de la tierra esparciendo mensajes por la libertad, la igualdad y contra las injusticias.

Recuerdo en los tiempos de universidad su canto universal. Cómo en las horas de apremio se colaba en las aulas para cerquita de la conciencia recordarnos las palabras urgentes, el canto necesario, ratificando con nuestro Alí Primera la validez de nuestras convicciones juveniles, las mismas que nos acompañan aún y nos dan razones para seguir.

Diversa e inquieta como era, esta voz emocionada que era Mercedes Sosa, compartió escenarios con Pavarotti, Serrat, Sabina, Fito Páez, León Gieco, Víctor Heredia. Compartió su espíritu expansivo y también la diversidad musical, cantando no solo la protesta, sino que cantó al amor, a la vida, entendió la amargura y la soledad del exiliado, prestó su maravillosa voz a los recuerdos de la infancia, al olvido, las costumbres de su gente mestiza y una y mil veces a su país. Ella sola convocaba multitudes. Llenó los más grandes estadios y plazas americanas, reuniendo en torno a su canto e ideas a miles de jóvenes, niños y adultos, esos mismos que ayer absolutamente conmocionados veíamos ayer por la televisora argentina.

Ella nunca escribió sus canciones, pero estaba dotada de un exquisito instinto para seleccionar sus letras, hacerlas canción y ponerlas en boca de millones. Nadie como Mercedes canta esa tragedia hecha poema que es “Alfonsina y el mar”, o “Gracias a la vida” de Violeta Parra, o “Yo vengo a ofrecer mi corazón” de Fito Páez.

Difícil escribir corto de esta mujer sencilla y corazón abierto. Con sus canciones, las de Alí, de Milanés, Silvio, Serrat y Sabina, me forjé y aún recorro cientos de kilómetros con sus voces calando mi consciencia, erizando la piel y el corazón. Con su voz crecí, su canto acunó mi juventud, sus canciones aún me hacen llorar tanto de tristeza como de felicidad, tu voz Mercedes me sigue recordando lo bueno de la vida, la felicidad de estar en este planeta y las razones por las que hay que seguir en pie de lucha.

Volverás, no te irás, repartida en el aire cantarás siempre. Seguirás respirando de otra manera diferente y nosotros lo sentiremos. En los labios de los jóvenes, en el conjuro sutil que habita la memoria de nosotros vendrás, con tus cantos y tus letras de fuego.

Hasta luego Mercedes. Te has ido con el corazón mirando al sur. Gracias por tu canto fundamental, gracias por las palabras urgentes.

He visto al otro pais
Descalzo en el arenal
Con ojos de cunumi
Preguntandonos por la dignidad

He visto al otro pais
Vestido de soledad
Durmiendose en el andén
Sin tener a que puerta golpear

He visto al otro pais
Pidiendo la libertad
De aquellos que encarceló
Sin explicacion, tanta impunidad

Lo he visto jugándose
Entero por los demás
De blancos pañuelos va
Dejenlo pasar, dejenlo pasar

viernes, 2 de octubre de 2009

Quiero jugar


Esta hermosura, este exquisito juego para ejercitar la imaginación, nos es regalado por ángeles Mastretta, la escritora mexicana de sencilla, espléndida y conmovedora pluma, la que tan bien retrata en sus palabras nuestros deseos ocultos, añoranzas, desvelos, desfalcos y alegrías…

Leerla es siempre un gozoso disfrute, es instalarse en el territorio de añorar imposibles con la misma intensidad de quien ama la libertad desde un calabozo. Y a veces ocurre el milagro de alcanzar esos imposibles que como cicatrices en el alma cada tanto tiempo arden en la memoria, en el corazón.

También como ella quiero jugar que el mundo y yo misma tenemos alas y las echamos a andar, que del norte y del sur nos envían flores y entre sus delicados pétalos viene el alma de aquel que siempre soñé y nunca encontré.

Laura Fernández

Escrito por: Ángeles Mastretta el 02 Oct 2009 - URL Permanente

Quiero jugar a las montañas, a los pájaros, a que soy un perro con una mosca en la oreja: trémulo y enojado: olvidadizo. Ya no se acuerda qué lo molestaba, ahora intenta salir a la calle y olisquear las orillas de los árboles, en busca de no sé qué aroma inolvidable.

Quiero jugar a que no pasa nada, no pienso nada, nada recuerdo, nada temo y todo me da risa.

Quiero jugar a que el tiempo no se ha ido como arena, a que voy al colegio, ando descalza, no son mentira las tardes en el río. Jugar a que no sé sino este canto, este lamento, esta gana de ser lo que sí soy.

Quiero jugar a que aprendí a coser, a que sé cómo se toca una sonata de Beethoven, cómo se escucha a Mozart, cómo se teme al mar, cómo se tatúa el viento, el sembradío de gladiolas, las noches junto al lago, el fuego en esa hoguera que prendimos cuando aún no hacía frío.

Quiero jugar a que no es mi cumpleaños, a que fue mi cumpleaños, a que mi madre me regaló un burro gris que rebuznaba al jalarle un resorte. Quiero jugar a que íbamos donde vendían las luces de bengala, jugar a que un globo de papel prendía por fin su luz llena abejas, y se iba para el cielo sin voltear hacia atrás.

Quiero jugar a que un día no sabré mi nombre. Ni el de mis más queridos. Quiero, como a ninguno, temerle a semejante juego. No quiero jugar al olvido, a ese le tengo miedo, a eso juega mi tía con casi noventa años, diciendo que, en su familia, nadie hace huesos viejos. Olvidando que tuvo dos hijas, muertas como verdades infalibles. Quiero olvidar así, para no recordar lo que no quiero.

Quiero jugar a que vive mi padre y anda conmigo y mis hermanos esperando que su mujer traiga la sopa. Jugar a que no fue a la guerra, como sí fue Mambrú, el héroe con que dormí a mis hijos tantas noches. Quiero cantar: no sé cuándo vendrá. Quiero jugar al cine, a los seis años, a que forro los libros en quinto de primaria. Y quiero desnudarme y ser divina. Que me manden las rosas de los años sesentas, la música y el alma de aquel músico. Quiero jugar a que me arrastra el viento, me hunden las olas, me recobra un pez. Quiero dulce de coco y un volcán y tres noches, como tres carabelas. Quiero que vuelva el sueño en que soñó Mateo que yo era azul marina. Quiero jugar a que si está nublado nos quedamos en cama viendo la tele, a que la diosa Cati se pone los anteojos en Los Ángeles para mirarnos desde allá, mirándola desde aquí.

Quiero jugar a que me quiso quien no me supo y saber que me quiere quien me sabe. Quiero jugar a que no existe el mes, ni estoy para escribir nada cuando sólo quiero escribir: no sé, no entiendo.

Quiero jugar a que el mundo tiene alas, resuelve crucigramas, bendice los enigmas de quienes se preguntan qué hacer con sus finanzas y sus penas. Quiero jugar a que sabía de rimas y poesía lo que sabe quien escribe sin firma en la página que antecede mi página. Quiero que un novelista me recuerde y que no haya en el mundo ni en mi patria, menos aquí en mi patria que en ninguna, una sola mujer capaz de concederle su elección a un señor. Y no quiero jugar a que no me da pena que existan estas hembras y estos hombres. Quiero, sí, irme de compras a la luna y encontrarme una tienda en la que vendan voluntad, síntesis, concentración, premura, certidumbres. Todo lo que no tengo para jugar a eso que juegan esos que sí tienen todo eso.

Quiero quedarme quieta, con el aliento en vilo, bajo la sombra de quienes me abrazan. Quiero jugar a que no es octubre, a que vivo viva, sin arrepentimiento y sin angustia. Como viven el sol y los cometas, como duermen los animales y las plantas, la espada de Damocles y los años que sigan a estos años.